¿Alguien se imagina al amor sirviendo lágrimas a tristeza?
¿Alguien se imagina al amor vestido de harapos?
¿Alguien se imagina al amor arando campos?
No. Es muy sencillo. Nosotros lloramos por no comer, ellos lloran por su estómago ya que han comido demasiado. Nosotros lloramos porque tenemos frío, ellos lloran porque hace demasiado calor. Nosotros lloramos porque no podemos ir a la escuela, ellos lloran porque tienen que prepararse para completar sus estudios.
Aunque, todavía soy una niña, pero el amor no entiende de edades.

domingo, 31 de julio de 2011

Capítulo V

Donde quiera que estuviésemos era maravilloso.
Verde, rosa, azul. Un prado, flores, cielo.
Parecía estar soñando. Y... ¿de verdad has llegado hasta aquí Aurora?
No me lo puedo creer. Yo, a servir. A hacer las cosas que otros no quieren hacer. Estupendo, pero de verdad.
Fluído, sólido, confortable. Agua, comida y cama. Gratis.
Todo un sueño, la verdad.
A veces oigo a los señores protestar porque no quieren que sus hijos sigan estudiando, que raro. ¿A favor de que, no permiten estudiar a sus hijos? Ojalá yo puediese seguir estudiando.
¡Já! Sería la más lista de toda la comarca.
- Aurora, acércate.
La señora García me llama, tendré que ir a ver que sucede y alejarme de mis pensamientos ridículos, apenas llevo tiempo aquí y no es hora de estropearlo todo.
- Sí señora.
- Quiero que frotes bien esta mancha. Se ve a simple vista muchacha. No quiero ver ni la más mínima marca.
- ¡Marchando!
¿Por qué me entusiasmo? Apenas tengo quince años, soy una "muchacha" y me acaban de mandar limpiar, posiblemente, la mancha más sucia de este palacio.
- ¿Decías?
- Que como usted mande.
- Ya me había parecido.
Esbozo una leve sonrisa.
Es grande, muy grande. Lleno de todo tipo de artilugios. Me parece que lo llaman BIBLIOTECA. Caray, la mancha es realmente grande sí.
- Hola, tú debes de ser Aurora.
- Buen día señor.
- Llámame Eduardo.
Si la belleza fuese el número 1 él sería el 11111111111111111111111111111111.
- De acuerdo.
Sonríe, sonríe, sonríe. Don amable, el primero que atopo por aquí.
Donde quiera que estuviésemos era maravilloso.

domingo, 24 de julio de 2011

Capítulo IV

- Antes de salir quiero hacer una última cosa.
Corrí cual jamelgo a la parte trasera de nuestra casa y allí encontré lo que buscaba.
Todas las tardes, desde hace más o menos tres años me he dedicado a "pedirle prestado" pequeños tacos de madera (con su lápiz de carpintero por supuesto) a nuestro vecino de la derecha y he estado escribiendo cosas que me sucedían alguna que otra tarde.

Ha vuelto a pasar delante de mi casa. No puedo creer que nos vayamos a casar si todavía corremos juntos por el pueblo.

Intenté juntar mis diminutos discursos unos con otros pero no dejé títere con cabeza. Aunque parezca que no, la mayoría no guardaban relación.

Me gustaría ser una duquesa por un día. Saber lo que es poder degustar ricos manjares y montar a caballo con total libertad.

Los entierro todos esperando que cuando volvamos sigan ahí esos tacos-recuerdos.
 - Aurora, venga, ¿a qué esperas chiquilla?
- ¡Ahora mismo voy, padre!

Creo que el viaje será maravilloso. Estoy deseando recorrer sus calles, sus casas, sus plazas...
- Hemos llegado, ¿no es precioso?
Madre pocas veces hablaba, pero las que lo hacía eran sólo para quejarse o alagar algo. Faltaba la queja.
- Son 100 pesetas señor.
- Caramba, que caro... No me esperaba esto de un sitio así.- dijo apenas susurrando.
Ya decía yo que tardaba en quejarse. Abrí la puerta del taxi tan pronto como este paró y bajé.
- Será mejor que te gires,- me decía Juan - ahí es donde vas a trabajar pequeña.
Las palabras trabajar y pequeña no concordaban demasiado bien pero era lo que tenía que hacer.
- Subamos, los señores Santos deben estar esperándonos.
Las escaleras se me hicieron eternas pero a la vez minúsculas porque no me dio tiempo a pensar en todo. Si tuviera mis tacos...
Toc, toc. Madre coge la aldaba y la golpea dos veces contra la puerta. Un sonido demasiado estridente para mi gusto.
- Buen día, ¿son los señores Pérez?
- En efecto, me parecen que ya nos estaban esperando.
- Sí, pase al salón, a la derecha y luego siga recto.- creo que ella es la criada de la casa, al menos por su uniforme y la bayeta de su mano derecha.
Creo firmemente que los señores García se han confundido y han comprado 34 casas juntas. Jamás había visto semejante palacio.

domingo, 17 de julio de 2011

Capítulo III

Sea como fuere, tenemos que marcharnos. Quizás nos vayamos a intentar conseguir otro porvenir o a algún lugar lejano de Torrelavega.
Ha pasado un año desde nuestra marcha a Madrid y han cambiado mucho las cosas. La gente tiene miedo y ya nada es como antes. Suele decirse que la confianza da asco y en este caso es mucho mayor que eso. Ya no puedes mirar a nadie a los ojos, nadie te dedica una sonrisa y más que nada no huele a amor. Quiero decir, la poca riqueza que teníamos se acaba de convertir en penuria y las pocas alegrías que nos llegaban son ahora desgracias.
¿Qué pasa con él? Quiero decir con Manuel, sé que juro y perjuro que no le quiero como a un hombre, pero es que sé que no le puedo abandonar, y menos en estos momentos, no están las cosas como para desternillarse. En fin, que de buenas a primeras nos vamos, y no me gusta lo desconocido. Bastante me preocupan los forasteros que llegan aquí como para irme yo a otro lugar.
Pero esta vez me voy a arremangar, ya no me sudan las manos y ya no me tiemblan los labios. Me iré con lo puesto e iré a ver mundo.
- A mí me gustaría volver a Madrid...
- ¿En serio Aurora? - Juan no parecía demasiado contento con mi opinión.
- Anda, remataos el conejo que hoy lo he echo al escabeche.
Delicioso sí.
- Si quieres marchar a Madrid tendrás que servir en una casa, - intervino padre - tampoco es que haya muchos más quehaceres de los que ocuparse.
- Me parece bien padre, no creo que sea mucho más trabajo hacer las cosas de casa sola que con la ayuda de madre.
- ¡Ojo! Que es Aurora la que me ayuda a mí... - dice mientras ríe.
Pues no se hable más, ¡Madrid nos espera!
- Sigue sin parecerme bien, pero si es lo que quieres pequeña...
Le toco el hombro suavemente, me apoyo contra él y le explico de la mejor manera que puedo que eso es lo que quiero y posiblemente podré labrarme un mejor futuro si nos encaminamos pronto a Madrid.
Después de una pequeña charla consigo que Juan me ampare y así ser casi, casi completamente feliz.
- De acuerdo, pero yo iré contigo. - Esboza una pequeña sonrisa y luego recoge su plato.
Ventajas, no es un paraje desconocido para nosotros y tengo unas ganas tremendas de visitarlo.
Inconvenientes, la verdad es que no veo ninguno, pero no hay mal que por bien no venga así que podrá solucionarse.
Pues no se hable más, ¡Madrid nos espera!

domingo, 10 de julio de 2011

Capítulo II

- Muerto.
- ¿Qué?
- Huele a eso, a muerto.
Le miré con indiferencia. Juan parecía algo afectado por las revueltas y las nuevas que por allí rondaban. Nunca le había visto así, es como mezclar aceite y agua, es decir, Juan no era de esos que le diesen demasiadas vueltas a los conflictos, o batallitas como él les llamaba, que a cualquiera con un milímetro de cabeza que no estuviese sumergido totalmente dentro del agua le hubiesen recluido más de una noche o alargado una sesión de consulta con la almohada.
- Seguro que no ha pasado nada, todos están bien y los... menos afortunados... seguro que han sido los militares.
- Que no te asuste decir la palabra muerto.- he hizo un aspaviento meneando los dedos hacia abajo para subrayar la dichosa palabra, nunca mejor dicho.
- No me asusta - afirmé. ¡Imposible! ¿A quién no le asusta? Que yo sepa, la palabra muerto no es un vocablo agradable de pronunciar, será porque no es precisamente agradable o porque no la conocemos.
- Entonces pequeña Aurora, dilo.
Silencio. Frío y viento. Ya no hay habitación, todo ha desaparecido. Estamos sólo Juan y yo. Estupendo. Ahora soy una oveja acorralada por su pastor.
- Bueno, mejor será dejarlo - ¡uff! - Anda ven y dame un abrazo.
Me estruja entre sus brazos y me acaricia la cabeza con gracia, luego reímos.
- Ale perezosos, ayudad con las bolsas a vuestro padre que el autobús acaba de marcharse.
Echamos una carrera entre carcajadas y a lo lejos diviso a Manuel. Se supone que estamos comprometidos. Creo que lo quiero de la misma manera que a Juan, así que no me casaría con él. Pero eso no quita que Manuel también sea maravilloso.
- Hola. Estás, a salvo...
- Sí, eso parece.
Sonríe. El sol se acaba de enfadar.
- Bonjour messie caballos.
Reímos los tres. Maravillosos, otra vez.
- Señor Pérez, debo informarle de que su francés es ridículo y deja de sonar bonito con su ridículo acento, además messie caballos no es la mejor manera de nombrar a un criador nato de jamelgos.
- Shh mademoiselle perfecta.
Y al final acentúa la última vocal.

domingo, 3 de julio de 2011

Capítulo I

Setecientos cincuenta mil hombres. Mil quinientas piezas de artillería. Ochocientos entre tanques y carros blindados. En total suman setecientos cincuenta y dos mil, pero eso es sólo un número.
Niños, mujeres, ancianos y hasta hombres, huían de sus casas, sin importarles sus pocas pertenencias, tan sólo persiguiendo su vida, que se les escapaba de las manos vistiendo calcetines de esparto. Manos con las que habían trabajado, para conseguir el pan. Manos de madres, sastres, maestros, labradores, pero nunca de un buen señor, casado con su buena señora, porque yo sé que los besos sólo son para los ricos. Aquí nadie elige con quién se casa, podría decirse que no elegimos de quien nos enamoramos, sino que tenemos que enamorarnos de la persona con la que compartimos absolutamente todo, con el tiempo. Pero no todos lo hacen. Pasa el tiempo por su ventana y siguen viviendo con un completo desconocido.

Torrelavega es un pueblo de renombre, así que a veces pienso que no podemos ser tan desgraciados. Un día viajé a Madrid. Fue hace dos años, cuando decidimos hacer una huelga general que dio resultado a esto. Lo llaman Guerra Civil Española.
El caso es que por unas y por otras terminamos en Madrid. Teníamos que ausentarnos un tiempo de allí, porque durante diez u once días estallaba la intranquilidad en Cantabria, con una huelga que desencadenaría un golpe de estado, el núcleo de lo que nos está suceder ahora.
Los días que pasamos en Madrid tuvieron sus pros y sus contras. Padre salió al segundo día a comprar La Vanguardia un periódico catalán. Madre era la única que sabía leer de la familia, es la suerte que corre si eres hija de maestro.
Miró el periódico detenidamente durante un buen tiempo y luego dijo que ya podíamos regresar, pero que echaríamos en falta a alguna gente, ya que se habían registrado once muertos con todas las revueltas. Regresamos el diecinueve. Todo parecía absolutamente normal y corriente.
Todavía no sabíamos lo que ocurriría transcurridos dos años.

En mi casa sólo éramos cuatro, a diferencia de los López con ocho hijos, o de los Martínez que vivían con abuelo y abuela incluidos. Juan y yo éramos inseparables.
Desde muy pequeños hemos jugado y compartido la mayor parte de nuestras vidas, será porque sólo nos llevamos apenas un año. Con certeza sé que si me falta, le echaré tanto en falta que gritaré, si es preciso por cada calle, por cada pueblo, por cada comarca, para manifestar mi dolor y su ausencia. Es mi hermano, y afortunada es la mujer que quede prendada de él, será el mejor marido de todos, sin duda.
Tan inseparables somos que hasta compartimos la ropa, curioso, ¿eh?
Llevo su camisa de cuadros, huele a él, a mazorca, a maíz. Lo idolatro, para mí es maravilloso.