¿Alguien se imagina al amor sirviendo lágrimas a tristeza?
¿Alguien se imagina al amor vestido de harapos?
¿Alguien se imagina al amor arando campos?
No. Es muy sencillo. Nosotros lloramos por no comer, ellos lloran por su estómago ya que han comido demasiado. Nosotros lloramos porque tenemos frío, ellos lloran porque hace demasiado calor. Nosotros lloramos porque no podemos ir a la escuela, ellos lloran porque tienen que prepararse para completar sus estudios.
Aunque, todavía soy una niña, pero el amor no entiende de edades.

domingo, 3 de julio de 2011

Capítulo I

Setecientos cincuenta mil hombres. Mil quinientas piezas de artillería. Ochocientos entre tanques y carros blindados. En total suman setecientos cincuenta y dos mil, pero eso es sólo un número.
Niños, mujeres, ancianos y hasta hombres, huían de sus casas, sin importarles sus pocas pertenencias, tan sólo persiguiendo su vida, que se les escapaba de las manos vistiendo calcetines de esparto. Manos con las que habían trabajado, para conseguir el pan. Manos de madres, sastres, maestros, labradores, pero nunca de un buen señor, casado con su buena señora, porque yo sé que los besos sólo son para los ricos. Aquí nadie elige con quién se casa, podría decirse que no elegimos de quien nos enamoramos, sino que tenemos que enamorarnos de la persona con la que compartimos absolutamente todo, con el tiempo. Pero no todos lo hacen. Pasa el tiempo por su ventana y siguen viviendo con un completo desconocido.

Torrelavega es un pueblo de renombre, así que a veces pienso que no podemos ser tan desgraciados. Un día viajé a Madrid. Fue hace dos años, cuando decidimos hacer una huelga general que dio resultado a esto. Lo llaman Guerra Civil Española.
El caso es que por unas y por otras terminamos en Madrid. Teníamos que ausentarnos un tiempo de allí, porque durante diez u once días estallaba la intranquilidad en Cantabria, con una huelga que desencadenaría un golpe de estado, el núcleo de lo que nos está suceder ahora.
Los días que pasamos en Madrid tuvieron sus pros y sus contras. Padre salió al segundo día a comprar La Vanguardia un periódico catalán. Madre era la única que sabía leer de la familia, es la suerte que corre si eres hija de maestro.
Miró el periódico detenidamente durante un buen tiempo y luego dijo que ya podíamos regresar, pero que echaríamos en falta a alguna gente, ya que se habían registrado once muertos con todas las revueltas. Regresamos el diecinueve. Todo parecía absolutamente normal y corriente.
Todavía no sabíamos lo que ocurriría transcurridos dos años.

En mi casa sólo éramos cuatro, a diferencia de los López con ocho hijos, o de los Martínez que vivían con abuelo y abuela incluidos. Juan y yo éramos inseparables.
Desde muy pequeños hemos jugado y compartido la mayor parte de nuestras vidas, será porque sólo nos llevamos apenas un año. Con certeza sé que si me falta, le echaré tanto en falta que gritaré, si es preciso por cada calle, por cada pueblo, por cada comarca, para manifestar mi dolor y su ausencia. Es mi hermano, y afortunada es la mujer que quede prendada de él, será el mejor marido de todos, sin duda.
Tan inseparables somos que hasta compartimos la ropa, curioso, ¿eh?
Llevo su camisa de cuadros, huele a él, a mazorca, a maíz. Lo idolatro, para mí es maravilloso.